Damos gracias, Señor por el encuentro de todas la superioras de nuestras comunidades, por las reflexiones y conversaciones que han ido traspasando por nuestra mente, por nuestro corazón y por nuestra voluntad. Han suscitado el deseo de responder a sus llamadas, de servirle y amarle más y mejor en los hermanos y hermanas. Queremos valorar los dones de cada religiosa y traducirlos en servicio. Tomamos conciencia de que nadie puede renunciar al don del discernimiento y que existe un horizonte irrenunciable para vivir la relación entre autoridad y obediencia: una visión de Iglesia como comunión que construye sobre los dones que da el Espíritu a cada una para la edificación de todos.
Desde nuestra actitud dócil de búsqueda, también nos hemos preguntado cómo interpretar el ejercicio de la obediencia sin caer ni en el autoritarismo ni en la cerrazón narcisista de las personas, cómo construir y cuidar una sana y benévola calidad relacional y qué estilo de poder ejercemos y cómo lo utilizamos.
En este camino de interpelación caemos en la cuenta de que la autoridad no se entiende como delegación sino como signo de filiación común donde cada miembro de la comunidad es una mediación insustituible para reconocer y detectar su gracia y su voluntad. Pero lo más importante es que para ser obedientes y buscar juntas su voluntad, el hecho de querernos es constitutivo y nos da felicidad. Sigue siendo la corresponsabilidad y el diálogo descentrado con mente abierta, corazón abierto y voluntad abierta los maestros para llegar a decisiones compartidas en el Espíritu de las propias constituciones.
Nos sabemos frágiles pero seducidas, a veces incoherentes pero apasionadas, pecadoras pero salvadas y seguimos comprometiéndonos a abrir caminos para crecer.
También hemos reflexionado sobre la Longevidad y el «tiempo extra» de la Vida Consagrada en el s. XXI y nos hemos preguntado cómo reconfigurar nuestras comunidades, nuestros ministerios y nuestra Congregación para que esta generación longeva pueda desempeñar servicios en la misión del Espíritu, sabiendo que el Espíritu cuenta todavía con su complicidad. Es necesario plantearnos la vida desde la dinámica del deseo porque eso hace cultivar nuestras capacidades y mantener vivos los sueños aun en la edad longeva.
Como dice el Papa Francisco: «Solo si nuestros abuelos tienen el valor de soñar, y nuestros jóvenes imaginan grandes cosas, nuestra sociedad saldrá adelante. Si deseamos tener una visión de nuestro futuro, dejemos que nuestros abuelos nos hablen, permitámosles compartir sus sueños con nosotros. ¡Hoy día necesitamos abuelos que sueñen! Ellos serán capaces de inspirar a los jóvenes para que actúen creativamente a la hora de imaginarse un futuro».