“…Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les preguntó: ¿Qué buscan?
Ellos le contestaron: Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?
Él les dijo: Vengan y lo verán.
Entonces fueron; vieron dónde vivía, y se quedaron con Él aquel día; serían las cuatro de la tarde.
Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encontró primero a su hermano Simón y le dijo: Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).
Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: Tú eres Simón el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que significa Pedro).”
Jn 1,35-42
En nuestra experiencia de comunidad, sentimos que Dios nos invita a poner la mirada en lo que permanece, en lo que da un sentido pleno a la vida, en lo que va más allá. Nos propone ir con Él, dejando que su presencia nos serene y centre.
Nuestra andadura de este año, se enriquece con la experiencia de tener como comunidad filial la casa de espiritualidad. Nos interpela la voz de Dios, que nos invita a estar con Él, a conocer a Jesús, a seguirlo para “ver dónde vive” y quedarnos en su compañía.
Por eso este año nos propusimos como comunidad: Fortalecer y profundizar en el conocimiento de Jesucristo, en la vivencia de sus valores y en la RELACIÓN CON ÉL.
Y lo vamos haciendo a través de las actividades cotidianas, en la experiencia de inter-congregacionalidad que permite la formación conjunta, en cada encuentro y circunstancia, en la misión que cada una tiene encomendada, en el empeño de ofrecer nuestra casa como espacio de encuentro con Dios y discernimiento para los jóvenes del colegio y para otros jóvenes que lo deseen, en el deseo de mantener el espíritu de familia y de acogida con las religiosas y demás personas que pasan por nuestra casa, en la alegría de buscar y encontrar espacios para subir a la casa Nazaret y compartir fe y vida con la comunidad.
En medio de esta travesía, el mar de continuo agitado de nuestra Venezuela, se estremece de manera nueva y sorprendente ante la situación de enfermedad, soledad, tristeza, aislamiento y muerte que ya no solo sentimos en nuestras fronteras sino que asola al mundo entero. Y es aquí precisamente donde cobran un sentido nuevo y distinto las palabras de M. Cecilia Cros, cuando dijo: “universales como el universo”, sí, hoy vivimos con el universo entero su dolor, su impotencia, su fragilidad, su cuaresma, su vía dolorosa, pero lo hacemos con la mirada y el corazón en la mañana de Pascua, convencidas de que el Señor hace nuevas todas las cosas, con la serenidad de estar en sus manos, con la esperanza de que el nuevo amanecer está por llegar y esto es lo que sostiene diariamente nuestro ser Misioneras Hijas de la Sagrada Familia de Nazaret hoy en Venezuela y en un mundo tan necesitado de volver a Dios.
Desde la experiencia de estar cerca del Señor, de vivir con Él, de escuchar su voz, de reconocerlo como Mesías, de recibir de sus labios un nombre nuevo y una misión, seguimos acompañándonos, cuidando unas de otras, de aquellos quienes nos han sido confiados y de todos los que viven, sufren, luchan y esperan a nuestro alrededor.